2



SATURNO MILANILLOS

de repente regresa a sí mismo y se pone supralúcido. Se da cuenta de que está en un libro y que tú lo estás leyendo. Eso lo pone furioso. Sin embargo conserva la coherencia y muy amablemente te pide que cierres el libro. Cierra esto para siempre, te brama Saturno. Sin querer sus anillos se iluminan, eso te sorprende y ahora con menor razón cerrarás el libro. Saturno se echa a llorar. Se da cuenta de que sólo es otra ficción de tantas. No quiere que nadie lo lea. No quiere ser una ficción. Se da cuenta de que al final es un planeta dentro de trillones de planetas dentro de un universo dentro de trillones de pluriuniversos. Sientes pena por él y lo consuelas como a un niño: no, no, claro que no, Saturnito Milanesa, tú eres real, debes serlo, yo te conozco, debes serlo. Entonces Saturno te mira, se queda pensativo un momento y de un salto se sale del libro. Te abraza. Te besa. Parece que te ama como un loco. Te adora. Te alaba. Tanto amor a ti te espanta. Sin embargo te dejas hacer todo lo que Saturno quiera porque, puta madre, está guapísimo. O al menos así lo ves tú. Es el hombre perfecto para sobrevivir a la noche. Juntos. Amándose. Abrazándose. Entrecruzando piernas. Agitando sus almas. Amarte me da vida, le dices a Saturno cada mañana al despertar. Te levantas de la cama y preparas café. Van juntos a la cocina y tú le dices con mucha emoción la magnificencia que es vivir en un libro. Saturno no piensa lo mismo. Casi nadie lee, ¿de qué sirve todo esto?, te dice Saturno desolado. ¿A quién le importa todo esto? Sólo soy otro planeta. Otro planeta lejano de tantos. No, Saturno, eso no importa, te lo juro, y le sonríes. Luego notas que sus anillos afuera del libro y a esa hora de la mañana lucen más resplandecientes que nunca. Eso te atrae. Vuelven a hacer el amor en la cocina. Los dos explotan, Saturno toma un cigarrillo y se lo fuma de golpe. La habitación se llena de humo y tú te desmayas. Cuando despiertas Saturno ya no está. Entonces tomas el libro sabiendo que ahora leerás el resto de las setentaiocho páginas de una sentada.

SATURNO MILANILLOS sabe que sigues con el libro abierto y esa es su tragedia. Ahora te tiene que entretener. Esa es su tragedia. No sus hijos muertos. No su mujer muerta. No que se quiera suicidar. No. Su tragedia es que hayas abierto el libro y hayas decidido leerlo, que hayas decidido conocerlo; esa es su tragedia porque Saturno siempre saldrá lastimado. Se enamorará de ti sin que te des cuenta. Tú no le corresponderás, pero aun así él querrá invadir tu realidad. Quizá lo logre. Aunque seguramente no porque es un libro. Pero aun así lo intentará, y lo intentará a la mala. Saturno no se anda con mamadas.









SATURNO MILANILLOS a veces tenía pensamientos extraños. Una sensación de estremecimiento. Alguien podría decir que era la sensación de querer matarse. A veces pensaba que era una sensación de lucidez, de caer en cuenta de su ficción o fantasía. ¿Qué chingados es todo esto? ¿Qué putas estoy haciendo? Le entraban las ganas de contarle todo a alguien. No sabía a quién. Nadie lo entendería. Lo juzgarían por un loco o un enfermo. Nadie lo entendería. Se preocuparían por él. Les daría lástima, así como a ti te da lástima Saturno. Así como tú que no entiendes a Saturno. Así como crees que yo soy Saturno. O así como tú que a lo mejor sí lo entiendes y por eso en este momento crees que debo estar jugando, que no podría estar hablándote a ti en este momento. Pero sí. Te estoy hablando. ¿No te das cuenta? ¡Hola! Te estoy viendo. Estas letras son una ventana y yo estoy del otro lado. No te espantes. Saturno sólo quiere saber que todo esto que siente también lo sienten otras personas. Sólo eso. No te espantes. No te espantes si te saluda directamente a los ojos. Seguro crees que Saturno está loco. Es la lucidez. La lucidez no es locura, ¿o sí?

   Saturno Milanillos a veces pensaba en matarse. Por eso comenzó a escribir todo esto, sus tratados: su único pretexto para no matarse y estar enamorado. Todo esto ya lo sabías desde hace mucho. Lo que no sabes es lo que está más allá de todo esto. ¿Qué hay allá afuera? ¿Qué hay más allá de esta pantalla? ¿Qué hay más allá de este libro? ¿Qué hay detrás de las estrellas? Saturno lo sabe. Saturno sabe lo que hay detrás de un suicidio. Y también sabe que no estás entendiendo nada de todo esto. Es por eso que ahorita él vendrá a tomarte de la mano y te dirá que no te preocupes, que todo va a estar bien. Te llegará por detrás –le gusta hacer eso. Te dirá que todo va a estar bien a tu oído erizado. Mejor disfruta el momento. Cierra estas letras y mejor haz cualquier otra cosa que sepas que te va a satisfacer. Nada de esto importa. Sólo es Saturno que se salió de su órbita. Mil anillos de colores.









LOS TRATADOS de Saturno podrían ser peligrosos. Un arma. Un arma de fuego azulado apuntando a tu cabeza. No alces la mirada. No despegues tus ojos de estas letras. Saturno te está apuntando con su pistola ardiendo. ¡No te muevas! Sigue leyendo. Tú sigue leyendo. Cuando le des vuelta a la página yo lo distraeré para que puedas huir. Entonces tú tendrás que cerrar el libro e irte. Lo mejor sería que lo aventaras por la ventana, tomaras tu auto y no volvieras nunca. Lo malo es que tendrías que decirle a alguien que se deshaga del libro. Que lo destruya. Tendría que ser alguien valiente y de carácter duro. Alguien que sea inmune de Saturno y de sus anillos hirviendo. Puedes hacer eso, o hacerlo de la forma que tú quieras pero, por favor, por lo que más quieras, no vuelvas. Tú no quieres saber el final de Saturno. Nadie quiere saberlo. No será bonito. Yo lo sé. Por eso no vuelvas. En serio espero que no lo hagas, no regreses. Te extrañaré por siempre. Nunca te olvidaré...









MIERDA.
Te dije que no volvieras.
¿Qué haces aquí?









SATURNO MILANILLOS se daba cuenta de todo. Era muy sensible. Él sabía que regresarías porque él puede proyectarte a diez mil kilómetros de distancia. Entrar a tu cabeza. Ser el director de arte de Tus Sueños Films®. Eso hacía que Saturno se sintiera importante. Quizás se tomaba todo muy en serio. Casi todo el tiempo estaba lúcido. ¿Cómo no tomártelo todo tan en serio si sientes tanto? ¡¿Cómo?! Luego Saturno se dejaba de mamadas y se decía:

Todo esto tiene que terminar de una vez.
El fin definitivo tiene que llegar.
No puedo esperar más.
¡Que termine ya!
¡Pero ya!









SATURNO MILANILLOS estaba a punto de terminar sus tratados cuando furiosamente se le antojó un café. Fue a comprar uno a la cafetería más cercana. Se quemó los labios al intentar dar el primer sorbo. Se sentó en un parque y después pensó: qué difícil es ser un árbol. Ellos siempre de pie ante las duras tormentas. Ellos siempre duros aunque de la tierra los extraigan. ¡Puta madre, los árboles debes ser los seres más fuertes del universo!, ululaba Saturno en su mente. Luego se iba a seguir escribiendo el gran final de sus tratados. Sólo le faltaban veintisiete páginas.









¿POR QUÉ decidiste abducir a Saturno?
¿Por qué decidiste poseer a Saturno?
¿Por qué te metiste en su mente?
¿Por qué decidiste que ahora serías tú quien escribiría este libro
                         estos tratados?
¿Porque de niño era tu planeta favorito?
¿Porque ya notaste que escribo muy desafinado?
Pues bueno, ándale, vas
No hay pedo
Yo encantado
Saturno ahora está en el puerto de Barcelona
Tiene que llegar con Chloé que está en Francia
Ahora tú estás en Barcelona y te tienes que ir a Francia
Viktor Veik todavía te toma de la mano
Tienes la mirada confusa
Todavía sientes el sabor del DMT en tu boca
¿Qué vas a hacer?
Ah, okey, no hay problema
Te dejaré en soledad
No sé por qué pero ya sabía que querías ser Saturno
Me lo hubieras dicho antes
Es un honor
Pero bueno, ya me callo
Te dejo que escribas lo que quieras (:








SATURNO MILANILLOS sentía que todo lo que escribía estaba mal. Sus tratados eran mentiras. Él no existía. Sentía que debió haberles puesto a sus hijos Marte y Júpiter. Era una tradición familiar. Su padre se llamaba Neptuno. Su abuelo Urano. Sin embargo ninguno de ellos era un planeta. Eso era cosa de Saturno. Eso era pedo de Saturno. ¿Por qué no les puse Marte y Júpiter a Lucas y Arana? La había cagado. Ahora quería quemar su libreta negra de apuntes. Quería destruir los archivos de su computadora. Los PDFs. Los DOCs. Todo. Las siete ediciones de sus tratados. Las notas que había dejado fuera. Las partes donde su locura resplandecía. Eran virus. Eran mentiras. Por eso Saturno era tan famoso. Eran virus. ¿Por qué el hacker lo odiaba tanto? ¿Lo odiaba tanto el hacker por qué? El hacker había matado a sus hijos. El hacker había hecho de sus tratados un virus. Todo era su culpa. Tengo que destruirlo todo. También a mí. ¿Qué es mi opuesto? ¿El no-Saturno? No. ¿El hacker? No lo creo. ¿Un yo del futuro? Necesito arreglar la máquina del tiempo. Necesito destruir todo. ¿Viktor sabrá hacer bombas atómicas? ¿Viktor logrará crear virus de computadora que evolucionen en virus biológicos? Nunca debí haber dejado que Chloé se fuera a Tailandia. Sus tratados eran mentiras. Él también. Yo también. Todos moriremos. Todos igual. O no igual. Algunos nos suicidaremos. Algunos nos mataremos. Temo que las personas que se han quitado la vida tengan mucha influencia sobre mí. Mucho poder sobre mí. Son mis ídolos. Pero yo no puedo ser uno de ellos. Se lo prometí a mi chica. Me lo prometí a mí mismo. Se lo prometí a mis tratados. No sé qué tenga esa navaja. Compré una navaja. Había dicho que sólo era para defenderme compré una navaja. Debí haberle puesto Araña y Luquis a mis hijos. Araña Milanillos. Luquis Milanillos.









SATURNO MILANILLOS: Novela planetaria
           Tratados planetarios
¿Saturno Milanillos es indecible?
¿Saturno tiene un límite?
Viktor Veik creía que había vida en otros planetas
               en particular en Saturno
Saturno poder ver a la vida
           y a lo que está fuera de ella
Se sentía desbordado
           extendido
y se aprisionaba
y no pensaba en otra cosa más que en matarse
Mil anillos de colores








INTERMEDIO
Ayer soñé con Saturno. Creí que era real. Lo veía sentado ante mi escritorio, escribiendo sus tratados y leyendo en voz alta como Gerardo Arana. Creí que realmente existía. Me levanté de la cama y me salieron lágrimas. Mi chica me acababa de abandonar. Gerardo estaba muerto. Mi hermana Lucía estaba muerta. Nada de lo que anhelaba sucedía. Un vórtex negro me absorbía. Saturno se compadecía. Me decía: ¿Deseas que te amen? No pierdas, pues, el rumbo de tu corazón. Sólo aquello que eres has de ser y aquello que no eres no. Así, en el mundo, tu modo sutil, tu gracia, tu bellísimo ser, serán objeto de elogio sin fin, y el amor un sencillo deber. ¿Cómo lo sabes, Saturno? Sus anillos hacían que me sintiera drogado. Lo sé porque no solemos amar la esencia de los demás, sino a sus atributos y accidentes, o los que creemos que son sus atributos y accidentes. Volverás a interpretar mal los atributos y accidentes de muchas otras personas y todos esos pensamientos oscuros que sientes ahora pronto los habrás olvidado; tu mundo se habrá transformado. Recuerda que sólo aquello que eres has de ser y aquello que no eres no. ¡Cuánta razón tenía Saturno! ¡No cabía duda de que era él! ¡No cabía duda de su existencia! ¡Debía serlo! ¡Debía serlo! Pero en eso me di cuenta de que todo era un sueño porque del otro lado de mi cuarto había un paquete de tabaco con todo y sábanas y filtros. Saturno me vio ver el tabaco, lo tomó y se forjó un cigarrillo. Yo lo seguí en el acto. No me importó que me había prometido a mí mismo que dejaría de fumar. Bah, en los sueños uno puede hacer lo que sea. En los sueños uno puede ser Dios. ¡Saturno! Puta madre, sigo sin creer que estás aquí. Yo creí que no existías. Creí que eras un planeta. Soy un planeta, eso nunca lo olvides. Saturno me miró fijamente a los ojos y noté que se parecía tanto a mí. Los dos nos parecíamos tanto. Su mirada era la más triste que había visto en mi vida. Nos quedamos sin qué decir. Entonces yo le pregunté: ¿por qué fumas, Saturno? Y Saturno se me quedó viendo; al parecer no le había quedado claro el sentido de mi pregunta. Sí, es decir, ¿por qué estás realizando el acto de fumar en este preciso momento? Dímelo tú. Pues, por ocio, porque es un sueño y porque la verdad no sé qué decirte. Yo porque sabía que si fumaba tú me seguirías, me decía Saturno y acto seguido apagaba su cigarrillo con la lengua. ¡Wow! ¡Mierda! ¡No podía ser nadie más! ¡Era Saturno Milanillos! ¡Era Saturno Milanillos fuera de mi mente! Y en eso Saturno me decía: ¿Y quién eres tú? Yo lo miraba con la misma mirada que él había hecho antes, esa de no saber en qué sentido me lo preguntaba, pero él no dijo nada y esperó pacientemente a que yo me pusiera nervioso y terminara por responder a su pregunta. A veces creo que soy tú, a veces siento que me voy a matar como tú, pero luego recuerdo lo diferentes que somos y termino siendo nadie. Luego me callaba porque notaba que Saturno no me prestaba atención: estaba huleando sus anillos sin parar. Me le quedé viendo durante un rato y luego me desperté, aunque unas horas después tuve la sensación de no recordar haber despertado.

ME CAGA todo lo que haces, le dijo Chloé a Saturno. Ya no siento esa cosita en mi estómago cuando te veo. Me caga cómo eres. No entiendes nada. A veces pienso que realmente eres un pendejo. Y aparte tus putos tratados. Me das miedo. Te estás volviendo loco. Y Saturno sólo sonreía y le daban más ganas de matarse que de reírse.









VIDA EN otros planetas
Vida en el universo
Vida en Saturno
Dientes por el suelo









EN OTRO sueño me encontraba a Saturno. Me enfrentaba a él. Al fin Saturno y yo de nuevo cara a cara. Él se sentaba, yo también, y mutuamente nos ignorábamos viendo nuestros celulares. Después de un rato me despertaba.









ESCRIBIR EL mismo libro 1000 veces
Escribir los tratados 1 vez y nada más
Escribir dormido
Despertar con un escrito en árabe
Escribir nuclearmente: decir todo lo que sepa de Saturno en conceptos


vacío
aburrimiento  cotidianeidad
tiempo    hacker    espacio
Arana Milanillos explosión Lucas Milanillos
navaja         asaltos      Lenguaje
México   Literatura   ardor   tratados
yo anillos SATURNO MILANILLOS luminosos tú
expansión  colores    libros    tríada
su mujer         suicidio     Viktor Veik
contradicción    hacker     existencia
Filosofía     Chloé Charmé    Rusia
tiempo   asteroides   espacio
mierda   indiferencia
Francia









SATURNO NO lo podía creer. Ese hacker hijo de puta. ¿Por qué tenía que arruinar su final? Ahora tendría que quedarse vivo después de todo. Saturno no podía creerlo. Tanto tiempo pensando en que se mataría luego de terminar sus tratados. ¿Por qué no se mató en Europa? ¿Cuál era la diferencia entre morir en Europa y morir en México? Nel, Saturno, esas son mamadas. ¡Puras mamadas! Qué maricón. Qué pendejada. Si eres tan cabrón, ¿por qué aun así no te matas? Pues ya, ¿qué más da? ¿O vas a soportar que tus tratados ahora sean virus, que la mitad del mundo los haya leído, o hayan leído nada más que malas interpretaciones de tus tratados? Mejor cuélgate de un árbol. ¿Qué más da?, se decía a sí mismo Saturno cuando de repente ya había aterrizado en México. Mierda. ¿Ahora qué hago? Veik nunca le respondería. Chloé ya estaba en otro universo. ¿Ahora qué hago? Debía encontrar al hacker, al intrépido hacker, y asesinarlo. Pero en eso, cuando Saturno salía del aeropuerto, una bola de neófitos aficionados lo reconocieron. Eran estudiantes de filosofía de la UNAM –se notaba por su acento mamador afectado por estupefacientes. ¡Es Saturno! ¡No mames! ¡Es Saturno! Y Saturno: ¡Mierda! ¡Es verdad! ¡Ese hacker hijo de puta! ¿Por qué había subido sus tratados a Twitter, Facebook, Tumblr y toda la sarta de pendejadas que la gente revisa a diario? ¡Oye, Saturno! ¡Oye! ¡¿Qué quisiste decir con ortolingüística paraexistencial?! ¡¿A qué te refieres con sostener el aliento toda la vida?! ¡¿Qué es eso de la metaontología?! Saturno se echó a correr, cruzó la calle sin voltear, lo arrolló un auto, se levantó cojeando, olvidó su lengua en el suelo y desapareció entre los autos. ¡Saturno! ¡¡¡Saturno!!!, gritaban los estudiantes de filosofía.









SATURNO MILANILLOS compró una navaja. Se acerca el colapso. Saturno no podrá matarse con su navaja. La compró como a los catorce años. El colapso se aproxima. Con su navaja Saturno no podrá matarse. Quisiera tanto ser un árbol. Estoy enamorado del hacker. Estoy enamorado del hacker y de Saturno. El nuevo batallón de la muerte. Hackers sicarios asesinos. Hackers sicarios zombis. No. Sólo asesinos de la droga. Asesinos vía internet. Ahora morir es tan fácil, se repetía Saturno. Saturno derrotado. Saturno cansado. Saturno Milanillos. Mil anillos de colores. Saturno llega a México. Lo atropella un coche. Sigue vivo. Corre entre matorrales de San Juan del Río. Se aproxima la tragedia. Saturno no se muere. ¡Ahí viene! ¡Ahí viene el colapso!









SATURNO MILANILLOS sacó la navaja y se la encajó en la pierna. Fue un grito horrendo. Pensó en sus hijos. Sacó una bolsa de cocaína y se la inhaló toda. Veinte gramos. Su cerebro iba a explotar. Saturno aguantó. Se sacó la navaja de la pierna. La aventó a la pared.









A VECES Saturno Milanillos se ponía loco. En un sueño me encontraba a Saturno. Yo le preguntaba que por qué todo se había ido a la mierda. Me respondía que porque presenció un día con toda su luz, con toda su extensión, como todos los otros días, y se dio cuenta de que ya no podía más. Quizás es la lucidez, le respondí. Saturno no me escuchó y continuó hablando aumentando la velocidad: no puedo salirme del espejo. No puedo. En serio ya no puedo. Y es que yo estoy ahí, en ese reflejo, pero ya no estoy ahí. ¿Por qué era tan difícil para Saturno entender la muerte? ¿Por qué era tan difícil para Saturno aceptar la muerte? ¿Por qué era tan difícil para Saturno aceptar la vida? ¿Por qué era tan difícil…

EN ESOS momentos cruciales, Saturno recordó cuando a veces tomaba un autobús hacia el DF. Recordaba cuando iba al metro, se bajaba en estaciones al azar y caminaba entre la gente. Recordó cuando miraba a la gente a los ojos, a todos a los que pasaran frente a él. Muchas veces nadie lo notaba. La muchedumbre, aun con sus anillos luminosos alrededor de él, anillos de colores, iba como enajenada. No lo notaban. Nadie lo veía. Sin embargo otras veces miradas se encontraban. Eternos dos segundos.

   Saturno caminaba por calles al azar de la ciudadMéxico. Huleaba sus anillos frente a Bellas Artes. Niñas de once años se le acercaban y le pedían prestado algunos de sus anillos a Saturno. Saturno sonreía y les decía cómo hacerle para hacer girar sus anillos alrededor de su cintura de manera espectacular. La clave es moverse como si uno estuviera cogiendo, les decía Saturno a las niñas (en efecto con otras palabras). También una de esas veces Saturno se fue al aeropuerto y tomó el primer vuelo a Florida. Llegó a la NASA y tomó el siguiente transbordador que saliera de la atmósfera. Se puso su casco, su traje hipernáutico, abrió la escotilla, accionó su jetpac hipersónico y pasó a un lado de la Luna, de Marte, atravesó el gran anillo de asteroides, le dio un beso a Júpiter en los labios y luego se posó en su órbita. Se sintió tan bien en su posición. Al fin en su posición. Se sintió tan cómodo ahí, girando alrededor del Sol. Después observó a la Tierra, observó a Marte, le hizo guiños a Júpiter, molestó a Neptuno y se echó a reír. Cambió sus anillos de color, los pulió, les sacó brillo, los hizo girar a enormes velocidades y luego volteó la mirada a otras galaxias, a otros sistemas vecinos, pero en eso recordó a Lucas y Arana, a su mujer muerta, al terrorismo, destrucción, depresión, crisis, terremotos, eclipses, inundaciones, asesinatos, desapariciones, niños perdidos, tornados, tsunamis, engaños, traiciones, y se echó a llorar. Luego de un rato se calmó, tomó el camino de la indiferencia, le dio la espalda a la Tierra, le quitó a cada cosa, a cada ente, su importancia, su utilidad, su poesía; los extrajo, se los comió, los inmaterializó y acto continuo sintió la nada. Vacío. Vacío. Vacío. Luego Saturno Milanillos se volvió a desviar de su órbita. Se fue flotando. Chocó contra Venus. Venus se despertó en el acto y le gritó a Mercurio: ¡Auxilio, Mercurio, auxilio! ¡Salva a Saturno! ¡No dejes que se estrelle contra el Sol! Mercurio entró en pánico. Saturno era un planeta tan enorme comparado a él. Sin embargo se embriagó de valor y rápidamente con toda su fuerza le tomó el anillo metafísico que Saturno tiene en la verga y lo despertó justo a tiempo. Saturno estaba tan cerca del Sol que lo podía tocar con los dedos. Lo hizo, tocó a la gigantesca estrella blanca y sus dedos se le derritieron. Gracias, Mercurito, le dijo Saturno todavía confundido mientras le acariciaba la mejilla con sus pies, pues ya no tenía dedos. Entonces Saturno marchó desconsolado hasta la Tierra. Entró en la Estación Espacial Internacional. Vio su órbita vacía: energía entró en su cuerpo, en su tierra, y el corazón se le puso a brincar. ¡Saturno! ¡Papá! ¡Regresa!; escuchó una voz perdida en el tiempo. No hubo otro momento en que a Saturno le dieron más ganas de matarse. Fue a buscar esa voz al otro lado del universo pero no la encontró. Regresó, tomó otra nave y se estrelló en algún punto de la Sierra Queretana. Se miró en el espejo antes de salir de la nave, se estiró la piel del rostro, se rascó profundamente las mejillas y no, no era mentira: el tiempo había retrocedido para Saturno. Ahora Saturno tenía un bello cuerpo de veintidós años de nuevo. Saturno genio loco suicida parecía de veintidós años de nuevo. Entonces Saturno fue a la carretera, pidió un aventón a un tipo chaparro y morenísimo que le dijo adónde va, compa. Y Saturno: aquí cerca, nomás.









MIENTRAS TANTO un sueco leyó los tratados de Saturno y lo propuso para el premio Nobel de Literatura. En las listas de apuestas se posicionó entre los primeros cincuenta. Hijos de puta, se decía Saturno. Me vale verga su pinche teatro.

   Y luego se encolerizó: ¡Pinche hacker hijo de puta! ¡Te odio!









SATURNO MILANILLOS creía que el problema de leer estaba en el acto de leer mismo. Creía que el acto de leer debía ser reubicado, desplazado, deconstruido. Entonces Saturno se puso a pensar y no llegó a ninguna parte. Después pensó que mejor debió haber hecho sus tratados de esa manera, en ninguna parte, para que al menos así nadie los hubiera entendido y por lo tanto nadie los hubiera leído. Y Saturno seguía encolerizado: ¡Maldita sea! ¡Pinche hacker hijo de puta!









OKEY. Muy bien. Veamos:

   Saturno Milanillos compró una navaja y en realidad no sabía qué quería hacer con ella. Supongo que se imaginó una noche donde un tipo lo estuviera persiguiendo, y entonces ahí sería donde sacaría su navaja. La navaja, ergo, era para defenderse. Sin embargo Saturno no tenía tanto miedo de eso. En realidad también había comprado la navaja sólo porque le había gustado su color y porque quería comprobar que los árboles eran inmortales. Mil anillos de colores.









SATURNO RECORDABA la primera vez que sus padres lo habían dejado completamente solo durante una noche entera. No recuerda cuántos años tenía. ¿Cuatro? ¿Cinco? El tiempo no importa. Lo importante fue esa sensación tan oscura y nítida de besar a la soledad por primera vez; beso de lengua. Saturno esa vez no soportó estar solo y se fue a la calle. Era tan sólo un niño. Llegó a la esquina donde había una tienda. El dueño de la tienda era la única persona con la que podía sentir algo de seguridad. No era que Saturno pensara que algo malo le iba a pasar. Era otra sensación. Pero él no se daba cuenta. Era tan sólo un niño. Era la soledad haciendo su trabajo de repartidor de esquizofrenia. Era tan sólo un niño.









SATURNO CONOCIÓ a un tipo que llevaba trabajando ocho años en la empresa que desarrolla y mantiene totalmente funcionales los sistemas que administran las librerías más grandes de Francia. La Fnac y Desire eran sus principales clientes. El tipo se llamaba Thomas. Thomas ya estaba calvo a sus veintisiete años y era un hacker. Sin embargo, utilizaba sus habilidades para el bien. No le hacía daño a nadie. Era un caballero blanco. Un guardián blanco. Era un caballo. Un corcel. Un corredor. Hacía apuestas. Hacía espadas. Con su batallón organizaba ataques cibernéticos con una justificación ética. Le acababan de robar millones a un banco suizo. Fue noticia mundial. Sólo saquearon las cuentas pertenecientes a ladrones, a corruptos tercermundistas, o a ese 1% de la población que tiene más de la mitad del dinero del mundo. Eso hacían. O eso decían. Buscaban equilibrar al mundo. Algo difícil pero no imposible, al menos no en esta era, decía Thomas.

   Thomas le invitó una cerveza a Saturno. Recuerdo que Saturno estaba escribiendo parte de sus tratados escondido a un lado del río Rhône, en el 3º distrito de Lyon, cuando Thomas se le acercó. Thomas era homosexual. Nada le interesaba de Saturno en realidad. Sólo se lo quería dar. En esos días Saturno se recluía en mucha soledad. Tenía que terminar sus tratados. Tenía que matarse. Si no nada tendría sentido. A veces, durante varios días, con la única persona que interactuaba era Chloé. Es por eso que Saturno ya estaba comenzando a olvidar cómo hablar con alguien que no conoces. Thomas sólo quería darse a Saturno por el culo. Qué pinche guapo es, pensaba Thomas. Ay, pero qué pinche guapo está este planeta. No se resistió y le invitó una cerveza. Saturno accedió por intuición. Ese día sus lunas se habían alineado. Era claro que tenía que ir con Thomas. Sus sesentaidós lunas se lo decían. Algo debía descubrir.

   Thomas era un hacker. Trabajaba para el bien. Su próximo golpe sería en México. Destruirían el tráfico de personas que va desde Sudamérica hasta Estados Unidos. Eso provocaría de alguna forma que todos los políticos corruptos fueran destituidos y así todo comenzaría de nuevo, ahora con personas capaces e incorruptibles. Tenían el dinero y el poder para hacerlo. Lo que los hacía dudar era que sabían que muchas personas morirían a causa de esto. O algo así le explicaba Thomas a Saturno. Los dos ya estaban ebrios. Thomas también creía que Saturno era italiano. Decía que se parecía mucho a Neruda. Saturno no le veía sentido en explicarle que eso era imposible. Neruda no era italiano. Saturno sólo se reía. Los dos ya estaban ebrios.

   Durante horas Thomas le habló a Saturno acerca de la deepweb, del poder de la deepweb, y de los secretos más oscuros de ésta. Saturno no dejaba de pensar en sus hijos. Saturno no dejaba de pensar en computadoras explotadas. Le preguntó a Thomas que si conocía a alguien que pudiera hacer eso: explotar cualquier ordenador del mundo con tan sólo un clic. Thomas le respondió que sí: los rusos lo habían inventado. La #TeclaExplosiva es como se encuentra en internet. La mayoría de los casos han sido en países de la ex Unión Soviética. Sin embargo nadie habla de eso. Es peligroso hablar de eso. Es la guerra. También ha sucedido en Estados Unidos, en el Medio Oriente, en Malasia y en México. En México varias veces. En ninguna nota dicen que las detonaciones hayan sido por computadoras. Todos lo atribuyen a otras cosas: bazucas, granadas, llaves de gas, bombas molotov. Aunque es estúpido porque es fácil distinguir cuando una computadora ha explotado a cuando no ha explotado. Pero les vale verga y siempre dicen que es por otros motivos: pipas de gas, helicópteros, dinamita, fugas de alguna tubería. La última nota que leí era tristísima, decía Thomas. En el titular decían que dos niños mellizos se habían suicidado en su casa de una ciudad llamada Querétaro. La casa había estallado. Saturno le preguntó por ese caso en particular. ¿Quién pudo haber sido capaz de tal desgracia? Saturno quería ser un árbol. Lloraba por dentro. Los narcos mexicanos. ¿Quién más? El gobierno, dijo Saturno. Difícil saberlo. Yo lo único que sé de México es que hay una bola de tipos totalmente relacionados con los narcos y que venden de todo por la deepweb. Toda la mercancía, sea de donde sea, más que nada llega a Estados Unidos, pero igual también mucha se queda en México, o la hacen en México. Así las mercancías sean niñas inocentes. Niñas con hermosas colas de caballo. Y moños. Pero bueno, el punto es que yo no creo que esos dos mocosos se hayan matado. Ni que hubieran sido unos genios para estar conscientes de tal hazaña. Estoy seguro que fue un hacker: un hacker vengándose o desaburriéndose. ¿Quién pudo ser capaz de tal desgracia?, se repetía Saturno. Saturno absorbido. Saturno abducido. Mil anillos de colores.









TODOS MUERTOS. Todos muertos. Si leer significa ver el pasado, si estas palabras llegan a evocarse en alguien más, en alguna otra mente fuera de la mía, significará que ya estoy muerto. Saturno muerto. Saturno quebrado en pedacitos. Saturno no dejaba de pensar en esto.

   Saturno Milanillos comenzó a escribir esto, sus tratados, para conquistar a una chica. Todo giraba alrededor de eso. Y de la muerte. Un planeta girando alrededor de una mujer. Un hombre siendo dominado por las estrellas. Sin embargo esas estrellas también dejaron de irradiar luz y Saturno se quedó totalmente desenamorado. Ya no le queda nada. Saturno está listo para matarse aunque el hacker haya hecho de sus tratados un virus, y aunque tú lo estés leyendo y por ese motivo siempre vaya a salir lastimado; ahora Saturno está listo para matarse. Se acerca el final. Se acerca el colapso.









SATURNO SE consolaba pensando que al menos todo su dolor no era por quedarse sin internet, o por aburrimiento, o porque una chica no le haya hecho caso al hablarle en un bar. Saturno se consolaba pensando que, al final, cualquier cosa en que sus acciones hayan afectado a alguien –positiva o negativamente– algún día serían olvidadas.









SATURNO MILANILLOS pensó en suicidarse. Pensó en sus hijos muertos. Pensó en la policía queretana que no hizo nada por encontrar al responsable de sus muertes: ya le dije señor Milanillos, sus hijos dejaron la llave del gas abierta y se suicidaron, o alguien entró y abrió la llave del gas por ellos. Pero ¿es que no le parece ridículo que unos niños de nueve años abrieran la llave del gas para hacerse explotar? No. Mire, señor Milanillos, yo nací en 1955. Me he enfrentado a casos más ridículos que este en este país. No se vaya a ofender, Milanillos, pero esto ni siquiera estaría en los primeros diez casos más ridículos que he visto que pasen en este país. No tiene idea. Niños haciendo porno suicida. Mujeres enterradas vivas. Asesinos con sombreros de detectives. Bebés vendidos a caníbales vestidos de blanco. No tiene idea. No puedo hacer nada por usted. Lo siento mucho. No hay de otra.

   Saturno pensó en su mujer muerta. Recordó su rostro, su vientre iluminado, su muerte por dar vida, y se quiso hacer árbol. No le di permiso. Tienes que ser fuerte, Saturno. Tienes que dar el ejemplo, Saturno. Qué van a decir los niños nacidos en los 2020’s. Tienes que dar el ejemplo, Saturno. Serás su héroe favorito. Un planeta hombre de México. El primer (anti)superhéroe real de México. Superarás a El principito. ¿De qué escribirán esos niños ya crecidos? ¡De ti, Saturno! No te desanimes. Ánimo. No te hagas árbol. Échale ganas, caón.

   Luego Saturno te vio ─como siempre─, pensó en ti, se puso a llorar y después a reír. Dijo, ay, espero que no crean que estoy loco por escribir estos tratados. Dijo, ay, nunca te lo he dicho pero me encantas. Te adoro. Te quiero hacer el amor. Sueño contigo. Dijo, ay, prometo que mis tratados te los dedicaré completamente a ti, sólo a ti y a nadie más que a ti; a nadie en serio, pues todas las demás personas son decepcionantes… Pero tú, puta, tú eres excepcional. Me encantas. Puf. Te amo. Tómalos. Léelos. Son tuyos. Léelos antes de que me mate y los destruya. Guárdalos en tu memoria. Sueña con ellos. Siente por toda tu vida la más extraña sensación de que sigo vivo, a tu lado, en tus brazos, besando tu cuello. Guárdalos. Sácalos a la luz cuando alguien se sienta triste. Sácalos a la luz cuando se mueran tus hijos. Sácalos a gritos en una carretera desierta. Grita: ¡Saturno Milanillos había decidido suicidarse! ¡La razón era confusa! ¡Lo haría después de terminar sus tratados filosóficos! ¡En su vida ya nadie irradiaba luz! ¡Un vortex negro lo absorbía! ¡Saturno se había salido de su órbita para siempre! ¡Mil anillos de colores!









SATURNO MILANILLOS pensó en suicidarse. ¿Sabes lo que eso significa? ¡¿En serio sabes lo que eso significa!? ¿Sientes lo que significa? Es como si te dijera que tu hijo se quiere suicidar, o que tu padre se quiere suicidar, o que tu amor se quiere suicidar. Porque al final Saturno es eso: furiosos anillos girando hasta el límite con la única esperanza de chocar contra otro planeta, contra otra galaxia; otra galaxia que lo haga olvidar que es un planeta hecho hombre, o un planeta
en su más grande insignificancia.
en su más grande insignificancia.
en su más grande insignificancia.









SATURNO TAMBIÉN escribió una teoría del color. Quería resolver el color de sus anillos. Sólo llegó a decir que el color lo elige uno dependiendo de sus ganas de coger. Muchas de las cosas que decía tenían que ver con eso. Al menos de las cosas que dijo entre los 18 y 29 años. Ya después todos se pueden aburrir y dejarse dominar por una grandilocuente indiferencia ante el mundo; o al revés: ya después todos pueden conquistar otra tierra y hacerla suya. Pero eso no lo deja muy claro Saturno. Cree que es mejor no dejar nada claro, o no interesarse tanto porque a alguien le parezca claro. Todos entenderán otra cosa al leer esto, se repetía Saturno ululando en su mente.

   Posdata: Saturno Milanillos está a cinco minutos de matarse.









SATURNO ES un canto sin orden cronológico
   Saturno es un planeta hecho hombre
sin perder su condición de planeta
                  de planeta anillado
Un hombre con cuchillo
Un hombre acuchillado
   Sus hijos muertos
   Su mujer muerta
Mil anillos de colores
Mil anillos de colores grises









SATURNO: Metáfora abierta
Saturno: Abducción abierta
Saturno: novela abierta









UN SUECO leyó los tratados de Saturno y lo propuso para el premio Nobel de Literatura. En las listas de apuestas estaba entre los primeros cincuenta. Hijos de puta, se decía Saturno. Me vale verga su pinche teatro, recordaba Saturno mientras buscaba su navaja por última vez en su vida.









SATURNO MILANILLOS creía que el problema de leer era el acto mismo. Creía que el acto de leer debía ser reubicado, desplazado, deconstruido. Entonces Saturno se puso a pensar toda la noche y al final tuvo una idea. La escribió en sus tratados ipso facto. Luego arrancó la página donde la escribió y acto seguido se la comió. Era mejor que nadie se enterará de esa idea. Era mejor que no pasaran muchas cosas. Era mejor que Saturno terminara esto de una vez por todas. Encuentra tu maldita navaja y pasemos a otra cosa, pinche Saturno.

SATURNO SABÍA lo que hay después de un suicidio. Lo sabía hasta las entrañas, pero no sabía lo que pasaba minutos antes de éste. No podía alcanzar a entender lo que tenía que suceder para que alguien se colgara de un árbol, o para que alguien se metiera doscientas pastillas, se encerrara en su cuarto y le dijera a sus padres buenas noches, como si fuera otra noche común y corriente. No lo entendía. No entendía lo más oscuro del asunto. Entonces Saturno ya no aguantó más y decidió descubrirlo de una vez por todas. Tomó su navaja y se la encajó en el pecho. Se acerca el colapso.