Una leyenda dice que Li Po (o Li Bai)
navegaba borracho sobre una lanchita
(la leyenda no especifica si era suya, sólo que era de noche
y que la luna brilló en la tensión superficial del agua
como si estuviera en el cielo—también que
el río, la luna, la embriaguez y el aire: todo era tan irreal
como ahora). Entonces Li Po notó que la luna (justo en ese momento)
estaba a sus pies: ¡nunca la había tenido tan cerca! (tan a la mano)
y fue por ella (como si además de luna
fuera una mujer hermosa y fosforescente que se hunde
al mismo tiempo en las nubes y en el agua). Se supone
que Li Po se ahogó para alcanzarla.
No se le ve desde entonces
y la luna se aleja casi 4 centímetros al año
(como si algo se la estuviera llevando).
Cierta tradición esotérica predica que fue un antiguo ritual
y que Li Po tuvo que morir para hacerse inmortal, gigante
e invisible (al menos durante algunos millones de años).
Li Po es esa oscuridad que mueve a la luna
de un punto a otro punto de la noche.
Imagínate corriendo a todo lo que puedes
y chocas de frente con alguien que también corre a todo lo que puede;
algo así le pasó a la tierra. Casi desaparece.
Del planeta contra el que chocó, sólo queda la luna:
durante millones de años este suelo estuvo herido.
Pasaron eones, lluvias y sequías, hasta esa noche
en que la tierra aliviada alzó los ojos
y vio que en el cielo la luna se llenaba.
Creo que esta es la historia secreta de casi todos
los poemas de amor.
Sobre el tema de la luna,
a un nivel general de conspiración
sólo se habla de quién ha llegado y cuándo,
pero a un nivel más paranoico
se dice que es un satélite artificial alienígena
que ordeña nuestro amor mientras soñamos.
Por eso cuando David Parcerisa se asoma de noche a una ventana
y la ve solitaria y brillante sobre el cielo,
su mamífero se conmueve
pero el humano que lo habita siente una ambigüedad.
Desconfía de esa belleza.